martes, 26 de febrero de 2013

Vuelta a casa


El sol le calentaba las mejillas mientras, a la vez, el viento le helaba y petrificaba el cuerpo. Bonita mañana de  Marzo la que disfrutaba. Allí sola bajo el aparente resguardo de la imponente montaña. Pero ella allí solo veía su majestuosidad, su belleza de granito, su riqueza natural y sus elevados picos, llamados "Siete Picos". El ambiente estaba impregnado del olor a campo mediterráneo. A pinos que se levantaban para dar sombras y parecían soldados montando guardia para proteger a sus reyes de las alturas. A enebros y jara, a tomillo y romero, a esos pequeños arbustos que hacían agradable y aromático respirar ese aire frío de las montañas. Allí se encontraba ella, protegida y arropada por ellos. Eso estaba encima de su cabeza, pero debajo se extendía el valle de la Fuenfría, hasta donde quisiese ver. Sin edificio que le tapase el mundo, sin ruido que  la estresase, sin ciudad. Hasta donde ella quisiese ver campo, tierra, libertad. Mientras las letras de famosos escritores, palabras sobre esa tierra, le hacían de asiento, la envolvían en su mundo preferido, el de las palabras escritas.

Respirar ese aire le hacía bien, la hacía volver a sentirse persona, a estar viva. Volvía a tener un cuerpo que sentía, que sentía sin necesidad de torturarlo por las corrientes de la globalización. Sin torturarlo para que el dolor le diga que todavía es persona, que aún tiene sentimientos que le hagan vivir. Inspiraba y espiraba el aire de forma pausada, su respiración estaba reposando en aquel maravilloso paisaje después de la ascensión  al igual que su mente. No pensaba, sólo disfrutaba, únicamente vivía lo que los sentidos le introducían en su maltratado cuerpo. Había olvidado que era no pensar, había olvidado tanto desde que no se perdía por los bosques. Pero después de tantos años fuera, después de tantas brazadas contra corriente, después de tanto ahogarse allí estaba. Ahogada para sentirse viva. ¡Cómica que es la vida! Parecía estar sola en la inmensidad de la Tierra. Bajo sus pies varias poblaciones se mostraban como motas esparcidas entre el verde del valle y el azul de embalses y lagunas. "Yo hormiga de la historia y de la tierra, no soy nada, pero cuán grande me siento aquí. Si no hiciera tanto frío cómo desearía quedarme" Pensaba en las sensaciones que se despertaban a borbotones dentro de ella mientras se recostaba sobre la gélida piedra en la que se encontraba sentada. Tras un rato abrió los ojos y asombrada descubrió que sobre su cabeza volaba en círculos un águila imperial. Belleza es lo que desprendía, perfecto vuelo lo que realizaba. Sus grandes alas extendidas, su plumaje marrón, aunque desde tan abajo y bañada por el sol pareciese negro, su cabeza pequeña y su gran pico. Imponente en su silencioso vuelo. Un círculo y otro más. Ya no podía dejar de mirarla, tampoco podía moverse, petrificada le dedicó sus pensamientos. "Tú también encontraste presa, ¿verdad? Relación de vida unos mueren para que otros vivan." "Quién volase libre, quién subiese a las alturas y dominara todo." Pensó mientras el águila, como leyendo su mente se precipitó hacia tierra en busca de su presa desapareciendo de ese modo de su campo de visión. "Pero ni tú eres libre, ni estás a salvo de peligros que no van contigo, de peligros humanos, vive mientras puedas, pequeña amiga".

Rocío se incorporó, se restregó la cara, intentando llevarse todo lo malo con ese inocente gesto. Hizo una respiración profunda, retuvo el aire todo lo que pudo, para parar un tiempo intemporal, y exhaló todo su resentimiento. Ella había subido a cansar el cuerpo y a quemar la rabia. Había subido a mostrar tributo a su juventud. A darle las gracias aquella tierra por haber abiertos pequeñas sendas que luego serían grandes caminos en su vida. Había subido  para mirar de frente viejas cicatrices, para sentir la paz que tuvo. Había subido sobre todo a recordarse que había sido fuerte y que aún debería seguir siendo para seguir librando las batallas que le quedaban.

Había llegado la tarde anterior al aeropuerto de Barajas entre millones de vidas compartiendo un espacio físico y temporal, entre el bullicio de los que viven lo mismo pero sin compartirlo. Su avión era el CD458 procedente de Nueva York. Llevaba todo el día de viaje y su cuerpo notaba el cansancio. Cuando salió de Nueva York tenía reservado un vuelo destino a Granada para esa misma noche a las 21.30 horas. Pero conforme el avión descendía para realizar el aterrizaje y ante ella se creaba de nuevo la imagen de la cruz del valle de los caídos, supo que ese vuelo no lo tomaría. Tuvo claro que debía hacer esa llamada para decir que no llegaría esa noche, sabía que antes de sepultarse por Despeñaperros le quedaba algo que hacer. Algo que quería hacer y que lo necesitaba tanto como ese viaje. 

Rocío era Arquitecta en América. No se puede decir como en las películas que era famosa y le iba la vida rodada. No era así, pertenecía a una pequeña firma, se había quedado apostando por una relación que no salió, tras iniciar la aventura como una necesidad de escape por no encontrar su sitio en España. Después del fracaso sentimental y bajo la presión de tener un trabajo fijo, un pequeño apartamento alquilado y una mala situación económica en España se sintió obligada a quedarse, a retrasar la vuelta que siempre se dijo que haría. Los años pasaron y, como toda persona que ha perdido la valentía de la juventud, se adaptó a su vida y se resignó enterrando su sueño en un "quizás cuando....". Ya no pertenecía a España, su mundo americano la había absorbido y a pesar de no amarlo había aprendido a nadar en él como pez en una pecera. Esta era su vida hasta hacía un mes, hasta aquel momento, día, mes en cuestión que tras tantas prueba le habían dado un resultado, "Tumor cerebral" - con pocas posibilidades de operar y futuro incierto de cómo iría la operación si se realizaba. Hacía un mes de eso y le parecía un mundo. Desde entonces todo había sido un ciclón de sucesos, todo un caos. Pruebas, pena de gente que no la miraba más que para darle los buenos días en el trabajo, llantos y odio....le habían hablado de las fases, esas cinco fases. Ahora sentada en la sierra de Guadarrama se daba cuenta que las había pasado todas, que estaba en aceptación, que el caos había desaparecido. Se había encontrado de nuevo después de muchos años.

Esa era su historia, y tras el aterrizaje había llamado a sus padres, les había mentido diciendo que el vuelo se había retrasado, que cuando tuviese nuevo vuelo los llamaba informando de la hora de llegada. No les dio tiempo de que preguntaran más, colgó rápidamente. Ya intuía que su madre sabía que algo no iba bien, lo sabía, pues su madre siempre había sabido esas cosas de ella. Tenía claro lo que debía de hacer. Así que tomó el metro dirección Atocha - cambiando antes dinero en el mismo aeropuerto, pues dólares y euros no eran compatibles. Una vez aquí compró un billete de regional en esas máquinas que tanto conocía cuando vivía en Madrid. Esta le expulsó el pequeño ticket, que no había cambiado pese a los años, destino Cercedilla. Llegó sobre las siete y media a la estación. Parecía que el tiempo no había pasado por ahí, si no fuese por todo lo que había vivido ya, creería que verdaderamente no habían pasado tantos años. En cinco minutos saldría el último tren hacia el interior de la sierra, pero quería volver a ver aquél que había sido su pueblo. Salió de la estación, ya había oscurecido y Cercedilla se bañaba en los mismos tonos luminosos de antaño. Encaminó la cuesta y se paró ante el hostal Aribel, en el que se registro y tras subir a su habitación en la primera planta dejó todo su equipaje. No le pesaba tanto la gran maleta como el miedo que viajaba con ella. Era fresca la noche, pues ya se sabe, el clima de la sierra. Tomó una ducha y por el desagüe junto al agua y el jabón se le fue un poco de la carga de su vida y del miedo. Ya más ligera y relajada, se vistió uno vaquero, un jersey de lana, se calzó los botines y cogió el abrigo pues sabía que después haría más frío, era Marzo aún.

Así había llegado. En resumidas cuentas por eso se encontraba en ese maravillo paraje esa mañana y por eso necesitaba tanto respirar, pues durante años sólo había tomado bocanadas como un pez que no se encuentra en su hábitat. La noche la había reconfortado un poco más. Se paseó por las calles desiertas. ¡Qué diferente ese pequeño pueblo con su vida propia de la inmensa ciudad en la que llevaba tantos años perdida! ¡Qué pérdida había estado, qué ciega! Paseó, cenó en uno de los restaurantes locales, El pajar de Teodoro, que aún seguían abiertos desde que ella formara parte de esa vida. Una buena comida un buen vino, y adiós a otra carga de resentimientos y temor. Cuando volvía ya entrada la media noche paseando por la carretera se sintió, cómoda, ligera, se sintió en casa. Sus pasos eran lentos pero firmes, se iba a dormir pues sabía que el esfuerzo del día siguiente le iba a costar. Las jaquecas que sufría, por las que le habían descubierto el tumor, probablemente aparecerían ante la falta de oxígeno. Se iba a dormir pero se iba tranquila, serena; sensación que no tenía desde hacía demasiado. 

 Después de la hora que llevaba sentada en aquella piedra y respirando aire de verdad, aire puro, las jaquecas habían disminuido. Efectivamente la subida se las había producido pero no le importaba. Esta era su tierra, su hogar; y el sur su casa, su deseados paisajes de niñez y juventud. Demasiado había estado fuera, demasiado había retardado volver sólo por no ser valiente, por no arriesgarse. Pero eso era ya pasado, tanto que había desaparecido todo rencor por no haberlo hecho. El sol se ocultó tras una nube y las tonalidades cambiaron, los colores oscurecieron, mas todo seguía igual de bello. Se sentía bien, se sentía en paz. Quería volver a casa, abrazar a su madre, a la que tanto hacía que no veía. Reposar la cabeza en su regazo sentada a su vera, para después ser mecida enroscada en sus brazos. Necesitaba ver a su padre y decirle que la perdonara por no aceptarlo como era, que ella lo había perdonado por no entenderla; quería darle un beso todos los días que le quedasen y sentir el cariño de nuevo inundando su vida. Esta vez ese cariño no la revolucionaría, no, esta vez estaba segura, sabía que la asentaría y le daría tranquilidad y fuerza. Eso sí, fuerza que necesitaría mucha para lo que se le venía encima.

 Mientras se ojos iban guardando una copia en su devastado cerebro para acudir a ella cuando necesitase volar como el águila que había visto momentos antes, mientras los grababa, sonaron voces. Supo que era el momento, el tiempo del adiós se había acabado. Las voces de los adolescentes se intensificaban, las voces y  el tesoro del ser humano, las risas. Antes de ponerse en pie los nuevos habitantes aparecieron en su campo de visión, ella los observo un instante recordando cómo te comes el mundo en esa etapa. Se levantó, su momento había pasado, ahora el momento era de ellos y ella debía volver a hacer una llamada para decir que llegaría en el primer vuelo a Granada que pudiese tomar. Mientras ascendía entre las letras de los poetas en las piedras y los arbustos que las arropaban, más adolescentes le pasaban en dirección contraria con sus juegos. Ya en el camino se encontró al profesor, el cuál tras darle un "buenos días" se disculpó por sus alumnos.
 - ¿Le han molestado? Lo siento, pero a esta edad son incontrolables y menos a campo abierto. - Unas chicas lo acompañaban; yo era de esas, se descubrió pensando mientras los observaba. Seguro que son madrileños, el leísmo se les nota aunque su acento parece más del sur.
 - No se preocupe, ya me marchaba. Y deje los que demuestren esa fuerza incontenible, son adolescentes. Además,  hacen al mundo con un poco más de color y alegría, y buena falta nos hace.
 Les dedicó una última mirada antes de iniciar el movimiento de ponerse en marcha de nuevo, pero le detuvo un paso más allá una nueva pregunta del hombre.
 - ¿Granadina?
 - Sí, cómo lo ha sabido... ¿Madrileño?
 - Su acento, lo tiene casi perdido pero sigue. Y sí, "gato", aunque he vivido muchos años en Jaén. Siempre se vuelve a la tierra. ¿Vive aquí?
 - No sólo volví.. a la tierra. Voy camino de Granada, pero esta fue mi casa hace muchos años y quise visitarla, como se hace con una abuela ya mayor, se necesita verla de nuevo y sentirla.
 - La entiendo. - Rocío sintió sus ojos escudriñarla, pero le mantuvo la mirada ya no había nada que temiese enseñar al mundo. - Que tenga un buen descenso, un buen día y un buen regreso a Granada.
 - Gracias. Lo mismo le deseo, que tenga un buen día y que le siga dedicando momento a esos chavales con su regreso, son alegría, y ésta el motor que mueve el mundo. Buenas tardes. - Tras esto le dedicó una sonrisa, emprendiendo de nuevo su camino. Esta vez no miró atrás, veía la imagen sin necesidad de sus ojos.

Tras el duro descenso, regresó al hostal. Se dio una buena ducha, esta vez sólo corrió por el desagüe el agua caliente junto al jabón, no tenía nada más de lo que desprenderse. Emprendió el camino de vuelta, mismo tren, mismo trayecto y de fondo a través de las ventanas como pintada por mano experta "Siete Picos". Consiguió un asiento en el vuelo ES963 a las 19.30. Una vez dentro, en poco más de una hora estaría en su casa; en poco tiempo enfrentaría a sus padres a su dura realidad. No quería engañarlos, no se merecían perderse ese tiempo. Sabía que iba a ser duro, pero ella ahora llevaba sus maletas vacías y podría compartir la carga de miedo y dolor de los suyos para que no pesara tanto. Estaba tranquila, estaba en el lugar que le correspondía, volvía a casa. Volvía para afrontar el paso final. Se sometería a la operación aquí, rodeada de los suyos de sus vivencias, de sus yo. Estaba preparada a jugar la última carta, a morir o vivir pero allí. El avión recorrió lentamente y la pista de aterrizaje, aceleró y comenzó el ascenso. Rocío se recostó, cerró los ojos y dejó que la llevaran de vuelta a casa.

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