sábado, 4 de agosto de 2012

A Contratiempos

 Bárbara, era el nombre que había recibido por ser el de su abuela materna. Ahí estaba ella, una noche más en un rincón del gran salón de su humilde casa. Se había puesto un piquillo negro sobre los hombros, que tapaba el camisón de verano. Pues la noche no era bochornosa y el estar sentada tanto tiempo le enfriaba los músculos caídos por la flacidez de los años. Su melena blanquecina y algo alborotada, como siempre, le caía ya a esas horas de la noche sobre sus delgados hombros. Ahí se encontraba, tejiendo una bufanda para su nieta.¡Quién sabía si le daría tiempo de ver otro invierno! Hay que ser precabidos, decía a menudo; ésa era su filosofía.

  Martilleados se encontraban sus huesos del paso de tantos años de la mano de mucho trabajo forzado. Sentada, en la vieja mecedora, ésa que tanto habían querido cambiar sus hijos. Esos mismos que no llegaban a comprender el cariño que ella le tenía. Aunque a veces en su fuero más interno se revelaba el pensamientos de que sus hijos, no es que no podían sino que no querían ver la importancia de las cosas. Esa mecedora donde había calmado sus pesadillas y los había acurrucados bajo el piquillo para volverlos a dormir. Ahí donde tras un día duro de trabajo compartía conversaciones, rutinarias o no, o simples silencios con su Pepito, su querido marido.

  Ella que tras tantos, tantos esfuerzos hechos por darles algo de comer y que fuesen buenos chicos. Creía que no poder encontrar en ciertas ocasiones esa recompensa deseada con todas sus fuerzas. Ay, las nuevas generaciones, pensó. Y hablando de generaciones más jóvenes... ¡qué loco está el mundo en estos tiempos!, pensaba entre punto y punto.

  Entre los movimientos constantes de adelante a atrás de su lugar de reposo a contratiempo, con el sonido metálico de las agujas al chocar una con otra que inundaba toda la casa. Entre el frío instaurado en su casa ya vieja y solitaria, habitada muy a su pesar por solo ella misma. Entre esa monotonía, acogedora y en el mismo minuto aterradora. Entre todo eso, Bárbara se acordaba de las noticias que había escuchado esa mañana en la radio. Las mismas, que como un reloj innerte y constante, habían repetido al mediodía y en la cena. Bueno, en la segunda ocasión no estaba muy segura, pues había dado alguna que otra cabezadilla,debido a las horas que eran por supuesto. Pero todo sería igual, se consolaba; total llevaban toda la vida haciendo lo mismo.

  Ahí se veía Bárbara recordando, que según decían, había crisis económicas, ¡a saber qué sería eso! Que las ciudades se llenaban de protestas y violencia. Y que los políticos,...ay, ésos, se sonrió mientras su mente divagaba y se perdía por recuerdos aún no olvidados. Ésos eran la peor calaña para el pueblo. Aunque qué sabía ella, con sus ya 93 años. Qué iba a comprender, si sólo desde que nació vivió en el campo, y con poco más de 7 añillos la sacaron de la escuela para recolectar y cuidar de los animales.Para no saber, se dijo, para no saber no sabía ni qué era elegir. Si bien, a los 14 años le buscaron un buen pretendiente, decía por aquel entonces su madre. ¡Las madres! Pero sí, sí que había sido un buen hombre su Pepito. Le había dado un hogar, el pan de cada día y cuatro hijos sanos y hermosos. Además, a ella nunca le faltó de nada y su cariño,...ay su cariño. Éso es lo que más extrañaba ahora.

  Un reguero de agua salada empezó a inundarle los ojos cansados por el esfuerzo de mirar fijamente las agujas, y no menos a la vida. Y de esos ojos marrones, como afluente a contracorriente, salieron un par de lágrimas.

  - Pepe, Pepito, ¿por qué te fuistes?Mírame aquí estoy sola, sin más compañía constante que la del frío. No te da nada. Con lo que yo te quise, y tú, tú te tuvistes que ir. ¿Los niños?
  Los niños ya sabes que son grandes y que tienen sus vidas. Rosa, sabes que al vivir en el norte baja poco. Juan y Carlota, sí vienen a verme de vez en cuando, con los nietos. Pero yo no estoy para esos trotes, que ya sabes que lo que quiero ya es estar tranquila; y esos niños son unos torbellinos, además de esos aparatejos, a los que siempre están enganchados, y con música tan alta. ¡Una vara y al campo por un día los mandaba yo! Ay, Pepe. Y Ana, Ana si que me quita el sueño. Esa chiquilla, no sé que habremos echo mal con ella. Mira que es la que más pendiente está de mí , pero ahí anda con su carrera terminada y no encuentra trabajo de lo suyo, dice. ¿Y qué es lo suyo, cuentas? Pero si esas son necesarias hasta para una casa, ¡sabré yo! Y luego, viviendo sola como está, sin un hombre que la cuide, como tú hacías conmigo. Qué va a ser de ella, con estas cosas que dicen todos los días por la radio. Sabes, yo no le digo nada pero yo pongo mi radio, por si un día dicen algo sobre un trabajo de lo suyo, y así la puedo ayudar.
  Vistes, cómo cambiaron las cosas. Nosotros que luchábamos por libertad y un trozo de pan para llevarnos a la boca. Y mis pobres niños,... creí que no les iba a faltar de nada. Y me doy cuenta de que fallamos, Pepe, fallamos... les falta lo más importante, la ilusión.

  En la inmensa noche, que se colaba por la ventana, rota solo por las farolas. que estaban ya viejas como Bárbara, se empezó a oir el tintineo de gotas estrellándose contra la reja. En ese instante la calle se alumbró de un golpe de luz blanca, y cuando todo volvió a la oscuridad un trueno retumbó más dentro que fuera de la humilde casa.

  Bárbara se sobresaltó, pues le pareció una casualidad poco apropiada para el estado delicado de su corazón. Así que se secó sus pequeñas lágrimas derramadas con el dorso de la mano, antes de ponerse a tejer de nuevo. Miró a la calle, con la mirada perdida en la espesura de la noche y a su Pepe le volvió a decir un Adiós. Sumergiéndose ella de nuevo en el atronador sonido de la tormenta, y el contratiempo de su mecedora y sus agujas.




"No coincidimos en experiencias ni circunstancias con nuestros mayores. Sólo intentemos comprenderlos cuando veamos que no se adaptan a los cambios vertiginosos que da la vida, aceptémosles y regalémosles una sonrisa jugando a la rueda rueda con los recuerdos y el cariño".

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