miércoles, 21 de enero de 2015

Vibraciones de lluvia

Ruidos llegan a mis oídos tras el cristal, sonidos agudos, timbrados, constantes. Noto como la vibración atraviesa mi tímpano, invitándolo a bailar, dos vueltas de caracol, un saludo de vals y se va, se aleja como energía electrificante por unos nervios mielinizados hasta llegar a mi celebro... '¿Sí?¿Seguro?, de acuerdo daré las órdenes'. Se expande de nuevo, la electricidad viaja a través de mielina e impulsos, mírala como recorre bailando los nervios, observa como llega..., ya llega a sus destinos. El oído se agudiza, la sonrisa aparece y la vista busca el paisaje...cierro los ojos en una gratificación interna al cielo, al viento, a la Tierra. Esos sonidos son las notas de la melodía que le faltaba a mi día. Son las vibraciones que hacen temblar el vals de las hormigas. Son el todo para la vida capaz de regenerar, el nada para las almas diminutas que arrastrará a su paso siendo su hecatombe. También son grises coloreados para el que sepa disfrutarlo. Sí, sí, siéntelo, son los ritmos de las gotas de lluvia, son sus mensajes impresos en superficies secas.

El cielo es gris perla, como un algodón de azúcar color plata que puedas alcanzar; como una delicada manta, bajo la que han ocultado un precioso pueblo para que no lo destroce la maldad del tiempo. Los campos verdes, verdes intensos salpicados de marrones oscuros, a lo lejos, y como arrugas de expresión difuminadas por la piel terrestre, riachuelos ocres alegran el rostro de las colinas. Ya se oye, ya se ve, es la vibración de la lluvia. Gotas, gotas pequeñas y poderosas impactan incansables contra el suelo. Gotas ruidosas y testarudas, siempre buscando el mismo objetivo, siempre con la misma misión. No importa el número si no la actitud, y ellas son persistentes. Su destino el mar, su misión mojar, su regalo...la vida.

Danzan las gotas, bailan los paraguas. Las calles del pequeño pueblo se engalanan de luceros amarillos, y la madre noche les dejó el vestido de oscuridad cerrada. Los jardineros de los campos cambiaron los tallos amarillos por turgentes brotes verdes. Todo está preparado; llega el retrasado viento para empezar el acompañamiento de la orquesta. Y entonces de nuevo, vuelve a llover, la lluvia toca la melodía armoniosa con sus pianos de chiriviri y sus fuertes de diluvio. Todo suena, todo es un decorado hecho a medida. De dos puertas maltrechas de madera, envueltos con las capas que le cedió la niebla, salen dos figuras a las calles desiertas. Los habitantes se presienten en los hogares, calentados con estufas y escapando asustados del frío invierno; ése que hoy será el cómplice de los dos. Se perciben los ecos de sus pisadas sobre los charcos, dos pisadas, dos calles, un solo pueblo, un único destino. Es la hora del maestro tiempo, los ve llegar a escena y hace que los músicos y decoradores intensifiquen sus sonidos y trabajos. Baja la intensidad de la luz, sube la fuerza de la lluvia y, bajo dos paraguas rojos se encuentran dos almas perdidas. Se miran, las gotas siguen cayendo incesante de sus paraguas al suelo. La cortina los envuelve y el agua les susurra y les invita. Todo está listo, y comienza el andante, sus manos se entrelazan, sus paraguas caen y como si del mejor salón de Viena se tratase sus pasos los guían por el vals de la lluvia. Llegó el alegro, sus corazones trotan y sin haber mediado una palabra, acaban de sellar la firma de la naturaleza en los adoquines desgastados de un viejo pueblo en medio de la sierra española; sus historias se escriben en pasos de tres por cuatro y sus ojos son los encargados de comunicarse. 

Las vibraciones se expanden por el pueblo, y tal y como empezó todo sus figuras se desvanecen en la oscuridad de las montañas que mis ojos observan al salir a buscar las responsables de tan deliciosos sonidos. Llueve y el viento frío sonroja mis mejillas. Todo ha sido una interferencia de la electricidad que recorría mis nervios con una ansiada noticia. Nada más allá de la realidad, es lo que hay en este pequeño lugar, oculto por el manto de una madre recelosa que quiere resguardar a su hijo mientras le saca las impurezas y lo acicala para dar su mejor cara a la vida. Nada más allá que un pueblo que duerme. Se ha ido la danza y el paraguas rojo, mas sé que en algún nervio aun mi electricidad sigue bailando con la tuya el vals de la lluvia; bailando, y bailando, sin cansancio,sin pausa ni espera en una mampostería decorada como inverno. Se ha desvanecido todo, pero me queda una realidad que vibra: Llueve.










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