lunes, 20 de mayo de 2013

Festín de cuervos

Jaime

Ser Jaime Lannister, de blanco de los pies a la cabeza, estaba junto al féretro de su padre con los cinco dedos en torno al puño de un mandoble dorado.
Con la caída de la noche, el interior del Gran Septo de Baelor se tornaba oscuro y espectral. Los últimos restos de luz entraban por las altas vidrieras y bañaban las imponentes estatuas de los Siete con un tenue brillo rojizo. En torno a sus altares titilaban las velas, mientras las sombras se cerraban ya en las capillas y se arrastraban silenciosas por los suelos de mármol. Los ecos de los rezos fueron muriendo a media que salían los últimos asistentes a la ceremonia.
Balon Swann y Loras Tyrell se demoraron mientras los demás partían.
—Nadie puede montar guardia siete días y siete noches —dijo Ser Balon—. ¿Cuánto fue la última vez que dormisteis, mi señor?
—Cuando mi señor padre estaba vivo —replicó Jaime.
—Permitidme que monte guardia esta noche —se ofreció Ser Loras.
—No era vuestro padre. —«Vos no lo matasteis. Yo sí. Fue Tyrion quien soltó la saeta de la ballesta que lo mató, pero porque yo solté a Tyrion»—. Dejadme.
—Como ordene mi señor —dijo Swann.
Por su expresión, era obvio que Ser Loras habría seguido objetando, pero Ser Balon lo cogió por el brazo y se lo llevó. Jaime escuchó los ecos de sus pisadas mientras se alejaban. Y así volvió a quedarse a solas con su señor padre, entre las velas, los cristales y el nauseabundo olor dulzón de la muerte. Le dolía la espalda por el peso de la armadura, y casi no sentía las piernas. Cambió de postura y apretó los dedos en torno al puño del mandoble dorado. No podía esgrimir una espada, pero sí sostenerla. Le dolía la mano ausente. Casi tenía gracia. Sentía más la mano que había perdido que el resto del cuerpo que le quedaba.
«Mi mano tiene hambre de espada. Necesito matar a alguien. A Varys, para empezar, pero antes tengo que dar con la roca bajo la que se esconde.»
—Le ordené al eunuco que lo llevara a un barco, no a tus habitaciones —le explicó al cadáver—. Sus manos están tan manchadas de sangre como las... Como las de Tyrion.
«Sus manos están tan manchadas de sangre como las mías. —Eso era lo que había querido decir, pero las palabras se le atravesaban en la garganta—. Varys hizo lo que hizo porque yo se lo ordené.»
Festín de cuervos. Canción de hielo y fuego/4.  George R. R. Martin



Opinión: A pesar de ser una saga intrigante y que hace que el lector quiera seguir sabiendo más, en el cuarto libro la acción se reduce considerablemente y vuelve a ser en su mayor parte explicativo. Este libro debido a una decisión del autor sólo contiene la mitad de los personajes, la otra se desarrollará en el quinto. Como lectora me parece que no ha sido lo acertado, porque se vuelve demasiado pesado, acostumbrados al ritmo que iban marcando sus predecesores.Se debe leer como llave para el quinto, no porque pasen cosas extraordinarias.

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